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domingo, 30 de agosto de 2015

EL ARTE DEL TOREO

¿SOMOS RAZONABLES?
La tauromaquia o arte de lidiar toros, tiene antecedentes que se remontan a la Edad de Bronce y se ha desarrollado a lo largo de siglos como una forma de demostración de valentía, al estilo de algunas tribus que aún practican ritos de paso de la niñez a la edad adulta.

En la época de los romanos, se presentaban espectáculos donde se arrojaban en manadas a los cristianos, durante las ejecuciones públicas efectuadas en la época de la persecución.

Su expresión más moderna son las “corridas de toros”,  fiesta que nació en España en el siglo XII y que se fue extendiendo a muy diversos países. Siempre considerando esta fiesta como una de las tradiciones españolas más conocidas, en todo el mundo y que, al mismo tiempo, es tan cuestionada por muchos.



Para unas personas, el toreo, un arte único. Tiene tanta fuerza expresiva porque reúne la del propio artista y la del toro. Motivo por el que el toreo emociona doblemente: por su belleza plástica, por su estética y también por el riesgo que conlleva, lo que no ocurre en ningún otro arte.

Algo sublime que se hace y expresa con otro ser vivo, que tiene sus propias reacciones; ese ser vivo es bravo, y ataca si se le provoca; por lo que se pone en riesgo la vida del artista; que ha de ser valiente, muy valiente.

Hasta se dice que, de alguna manera, tiene las características de un ritual religioso, en el que se ofrece un sacrificio, el del toro, pero siempre existe la posibilidad de que muera el artista.




Y bueno, si bien sabido es que las corridas de toros acarrean consigo años de tradición y cultura… no es algo aceptado por todo el mundo.

Pues para otras personas, con diferentes organizaciones, desde el punto de vista de las defensa de los animales, consideran que las corridas, son una práctica de crueldad hacia los toros y niegan que las corridas de toros puedan ser consideradas como a una manifestación cultural y artística. La polémica está servida.

Pero… digo yo: Y nadie cuestiona el riesgo de vidas humanas que se pone en juego… quizás (fundamentalmente) por intereses económicos?




Reconozco la belleza que se desarrolla en los cosos taurinos y no discuto que sea un arte; pero yo nunca he sido muy partidario de participar asistiendo y aplaudiendo en esta “fiesta”. Y, fundamentalmente, por dos razones:

1. - Mucho se ha hablado y se sigue hablando, en estos últimos tiempos, de la crueldad de la fiesta de los toros; pero siempre se habla de lo que sufre el animal. A mí, de verdad, lo que me parece realmente una barbaridad es que un ser humano (un hombre o, en algunos casos, una mujer, siempre jóvenes) arriesgue su vida (delante de miles de personas, atentas a ese especie de espectáculo circense de enfrentar a una fiera con una persona humana; si bien se supone que el humano es más inteligente que el animal y, además, cuenta con la ayuda de unas herramientas como las banderillas o el estoque, más o menos dañinas o mortíferas.  





Pero, así y todo, muchas veces, es el animal el que triunfa en la batalla: la historia del toreo lleva contabilizadas muchas muertes (unas muy conocidas, otras olvidadas), como las cornadas de Pepe-Hillo, El Espartero, Gallito, Gitanillo de Triana, Pascual Márquez, Manolete, Paquirri, El Litri, Rafael Ortega, Paco Camino, etc. Pero son muchos más, y tantos antes de llegar a alcanzar la gloria.

2.- Yo aplaudo, si es preciso, a los artistas del toreo; como también a los saltimbanquis del circo (que también hacen su “salto mortal”). Unos y otros hacen bien su trabajo.

Pero protesto porque la desfachatez de la gente que, teniendo más dinero que vergüenza, pagan para mantener vivo el morbo de ver como un ser humano arriesga la vida, o hasta muere, delante de ellos…



Las corridas de toros siguen creando diversas discusiones, entre partidarios y detractores; pero y… tanto que se critica y hasta persigue (no digo que sin razón) la prostitución, pues es algo que degrada a la mujer que se convierte en “juguete” para divertir a unos señores que pagan dinero por ello, ¿no tiene la figura del torero también algo de prostituto ya que, aún más que las “mujeres públicas” venden no sólo algo de sus cuerpos, sino que arriesgan el dejar de seres vivos por divertir, igualmente, a quienes no tiene nada mejor en que invertir su tiempo de esparcimiento que ver como alguien hace lo que, ellas o ellos, no serían capaces de hacer?  



Si, también hubo épocas históricas en que se sacrificaban, a los dioses (para apaciguarlos), la vida de las jóvenes más vírgenes y bonitas del pueblo. No me cabe la menor duda de que habría quienes pagarían mucho dinero por presenciar alguno de aquellos grandiosos rituales tan espectaculares.

Pero al ser humano se le supone racional. Y ello quiere decir que progresar es avanzar en razonamientos válidos, no dejar el sentido común aparcado al borde de la vida, como quien deja sus dineros en un depósito a plazo fijo, en una entidad bancaria, y se desentiende de todo…, pues ¿para qué pensar concienzudamente?



Y si es la razón la que nos mueve a ser capaces de establecer relaciones entre las distintas ideas y llegar a unas conclusiones lógicas… ¿cómo de razonables estamos siendo los habitantes del planeta tierra de este siglo XXI?

martes, 25 de agosto de 2015

ES SUFICIENTE


NO MÁS TERRORISMOS

Es terrorífico hasta imaginar que una persona, por una absurda majadería sin sentido de otra, pueda quedarse sin el divino don de la vida. Es algo que parece hasta increíble: porque alguien está loco, porque alguien piensa, lo quiere..., o ni siquiera piensa, ni razona, quita a otro lo más valioso, la vida... Y es algo irreversible, irreparable, definitivo. Eso no tiene perdón. 

Por eso, los terroristas, aunque pudiesen (supuestamente) “tener razón” alguna vez, pues la pierden. Se quedan en ser sólo fanáticos descerebrados, que ya no merecen el nombre de seres humanos.




Pero también es verdad que, por la misma razón, por la de quitar la vida a tantísimos inocentes (son, cada día más de 30.000 los niños que mueren de hambre...), todos quienes estamos viviendo en esta parte del mundo dónde nos sobra de todo, dónde la riqueza y el excesivo bienestar (la opulencia) es nuestro distintivo... estamos también haciendo nuestro terrorismo; aunque sea inconscientemente.

Perdón por estas palabras tan fuertes (que, por cierto a mí también me tocan). Pero... ¿por qué no nos lo pensamos de verdad, nos hacemos conscientes de ello?


          

domingo, 16 de agosto de 2015

COMPLICIDAD


¿SOMOS CÓMPLICES… DE ALGO MÁS?
Hace unos años escribía:

Yo no soy culpable
de los niños que mueren
de hambre y de sed,
en las guerras, en la miseria
o padeciendo malaria.


 

No soy culpable
de las madres que abortan,
de los hombres que olvidan
el inapelable compromiso
de responder moralmente
ante aquellas que son
consecuencias de sus actos.


No soy culpable, no,
de la contaminación de los ríos,
de los sucios negocios
del armamentismo,
la trata de blancas, las drogas,
o la industria farmacéutica;
de la corrupción, las inmoralidades
de muchos poderes públicos.



Ni tampoco del desempleo,
a la vez que el despilfarro
de grandes riquezas
en manos de unos pocos;
mientras tantos pasan necesidad
hasta de lo que les es más básico.

Yo no soy culpable
de todo lo que está mal:
violencia doméstica, paro,
drogas, enfermedades raras,
insolidaridad, maledicencia,
envidias y grandes resentimientos.



Yo no soy culpable
de tantos males del planeta
y cuanto está mal en el mundo...
Hay pueblos enteros
que pasan hambre y miseria.


¿O, acaso, si?
Quizá por no denunciar,
quizá por callar,
quizá por no querer complicaciones,
quizá por preferir olvidar...

(“El Hemisferio Olvidado”, 2010)



Ahora, en estos momentos, después de tomar conciencia de muchas cosas que pasan a mi alrededor que no debieran suceder, me planteo…

Cuando un niño, con edad de estar jugando, está vendiendo flores en la calle y le compramos algunas, en vez de denunciar el hecho de esa explotación infantil que se está dando ante nuestros ojos…

Cuando vemos que un personaje público se aprovecha de su cargo y hacemos la vista gorda…

Cuando sabemos, que en una casa se dan maltratos y no los denunciamos…

Y etcétera, etcétera, etcétera.

¡Estamos siendo cómplices!



Cuando presenciamos que alguien está tirando basura en la calle y no le decimos nada, pues pensamos que es inútil…

Cuando nos encontramos con alguien que estropea algún elemento de lo que es el mobiliario público (papeleras, pilonas, señales de tráfico, bancos, fuentes, etc.) y, por evitar problemas, pasamos de largo...

Cuando alguien comete injusticias (en el ámbito público o en privado) y lo obviamos, sin acaso ni siquiera protestar…

Y etcétera, etcétera, etcétera.

¡Estamos siendo cómplices!




Cuando votamos a un partido político que ha quedado manifiesto que está lleno de personas nada honorables, hasta corruptas; que no cumplen con lo que prometen, que son capaces de hacer pactos contra-natura, acomodándose para mantener sus puestos a coste de lo que sea…

Cuando guardamos nuestros ahorros en un banco del que llegamos a conocer que invierte sus fondos en fábricas de armas (por ejemplo) y no retiramos nuestro dinero…

Cuando compramos productos de una marca comercial que nos consta que maltrata a sus trabajadores o incluso emplea mano de obra infantil para abaratar sus precios…

Y etcétera, etcétera, etcétera.

¡Estamos siendo cómplices!

            


Y acabo mi reflexión pensando: realmente si quisiéramos, podríamos mejorar la sociedad en la que vivimos, pero… ¿de verdad queremos?


Porque, si es así ¿no tendríamos que implicarnos, de verdad, en hacer algo más para que las cosas fuesen a mejor? Implicándonos, no quedándonos en ser cómplices de lo que hay.



martes, 11 de agosto de 2015

A VECES, PARA ENCONTRARNOS, HAY MUCHAS COSAS... QUE !TENEN QUE CAMBIAR!




ESCAPADA

La vida de Borja había sido muy complicada. Infancia y juventud las había desarrollado en un ambiente familiar realmente tenebroso. Su madre había sido obligada a casarse con un hombre al que no quería; su padre era un hombre incapaz en todos los sentidos... 

La violencia psicológica era la moneda de cambio habitual en casa y, además, se sabía un estorbo,  nunca se sintió querido ni valorado.

Buscando una evasión, con la exclusiva idea de salir de casa, escogió una carrera que le exigiría trasladarse; así se escapó, de algún modo, del control de sus padres, sobre todo de su madre.

Mientras estudiaba, conoció a Karina, una chica preciosa y muy dulce con la que congenió bastante y se hicieron novios; pero es que Borja, aunque había nacido varón, en el aspecto sexual,  su indefinición era tal que, ni en este sentido sabía qué era lo que quería... 



Terminó sus estudios y con su carrera universitaria, seguía sin saber qué hacer de su vida. Aquella carrera no le gustaba, la eligió como coartada para salir de casa, pero ahora marcaría su futuro... Su vida sentimental era, así mismo un caos: por un lado, se veía abocado a casarse con aquella chica con la que llevaba tres años saliendo; y, por otro lado, él no sabía... si realmente se sentía atraído por aquella mujer a la que le tenía mucho cariño, pero hacia la que no le motivaba ningún deseo de tener relaciones sexuales íntimas. 

Pero es que cuando miraba a las chicas supuestamente espléndidas de las revistas para hombres, a él tampoco le motivaban... Era como si cada mujer hermosa que veía le hiciera recordar a su madre cuando era joven. Y eso le traumatizaba tanto que le hacía sentirse asqueado.

 

Mientras, Karina quería casarse ya, empujaba a Borja a ir cubriendo metas: el piso, los muebles, los preparativos para la boda...

Y él, se encontraba como metido en una trampa: no quería lo que le venía, no sabía lo que quería... Lo que sentía, verdaderamente, eran ganas de ¡escapar! Pero no sabía a dónde ni para qué; quizá abandonarlo todo, sin mirar atrás. Escapar, desaparecer, casi mejor morir o ser arrastrado por una nube y aparecer de pronto en otra galaxia...

Lo pensó tantas veces que, una noche, lo soñó: se imaginó que había sido trasladado a una tierra nueva, dónde nadie lo conocía... y allí iniciaba una vida nueva...

                         

Sí, quizá si hiciera algo así...

Y se lo planeó: rompería con toda su vida anterior: Mejor intentar una vida nueva que seguir con ésta, con tan poco aliciente por delante...

Después de varias semanas organizándolo, fue y le planteó a su novia:

- Mira, yo necesito, antes de que demos el paso definitivo de casarnos, aclararme yo para saber lo que verdaderamente quiero en la vida; por eso he pensado hacer un viaje de unas tres semanas a Brasil. Pues, como tú sabes, este es un país que siempre me gustó conocer y a ti no te motiva. Así que voy a escaparme para allá y mientras provecho para pensar. Cuando vuelva, nos volvemos a encontrar y charlamos ¿te parece?

A Karina ni le pareció ni le dejó de parecer, pero viendo que Borja estaba tan decidido, le dijo que le parecía bien.

Borja cogió el avión y voló hasta Río de Janeiro. Luego se planteaba dirigirse hacia algunos de los espacios naturales más importantes del continente: remontar el río Amazonas, penetrar la selva, pasar a conocer algunas de las paradisíacas playas desiertas...

El día 14 de su periplo, lo decidió: desaparecería.

Aquel día salieron, casi de madrugada, a visitar las cascadas del Amazonas. Allí tuvo la oportunidad de quitarse de en medio, de desaparecer.  Y así resultó que Borja Ramírez, después de un mes sin saber nada de él, fue dado por desaparecido.

Mientras él, había buscado datos de otras personas que habían sido dadas por desaparecidas... para montarse una historia paralela y medio convincente, por si tenía que justificar su presencia ante alguien.

De todos modos, no le iba a ser necesario.

También invirtió algunos de sus ahorros en algunas cosas que pensó le podrían venir bien, como cuerdas y algunos otros artilugios para diversos usos, algunos alimentos no perecederos y unos paquetes de semillas.

Luego, Borja buscó como llegar a una aldea, perdida en la selva, dónde había sabido que aún conservaban su más ancestral modo de vida.  Quizá era eso lo que el sentía necesidad de descubrir, de conocer, tal vez de encontrar como el modo de vida que estaba buscando desde siempre.

Cuando ya sentía que estaba llegando, un poco antes de escuchar y notar la presencia humana, tomando como referencia un inmenso árbol de grandes hojas amarillas, hizo un hato con las propiedades que aún conservaba en su mochila y lo escondió en un promontorio surgido en el terreno y cubierto de espeso follaje.


Se acercó tímidamente, llevando entre sus manos aquellas taleguillas con semillas que había conseguido antes de ingresar en la selva, como queriendo indicar que llegaba en son de paz y esperaba ser acogido...

Los indígenas entendieron el gesto, y le significaron con palabras dulces (que, desde luego, él no entendía) y con manifestaciones no verbales que le parecía sí comprender, que tenía allí su casa, que aquel lugar era abierto a cualquier ser vivo dispuesto a compartir y celebrar aquel estilo de vida...

Empezaron a llamarle Sathiri (que para ellos significaba “sembrador”),   mientras él lo asumía como propio y olvidaba su anterior nombre e identidad...


En un tiempo que nadie midió, Sathiri aprendió verdaderamente a sembrar y a cosechar; aprendió a comer y a distinguir vegetales; a distinguir los cientos de especies de árboles; aprendió a pescar y a distinguir los peces de los ríos; aprendió a conocer los monos, las aves, las mariposas, los lagartos y serpientes, los felinos, las hormigas, los cientos de insectos; aprendió a andar descalzo por la selva, sin resbalar ni caerse;  aprendió a sentir la presencia del mundo aquel lleno de vida; de las montañas, del agua viva que viene cantando por los ríos o cae serena, desde las nubes; aprendió a disfrutar de la lluvia y del sol, del aire que calienta y del agua vigorosa de la cascada...

Aprendió a hablar y a pensar como un indio; aprendió a medir el espacio y el tiempo como selvático; aprendió a vivir desnudo y sin miedos. Y también aprendió a gozar del olor, calor, temblor y sonido del fuego. Y aprendió mucho del camino de la selva, que no es igual cuando se pisa por primera vez que cuando forma parte de una senda hecha de pisadas anteriores...

Y lo más importante: aprendió a amar y a dejarse ser amado; aprendió a sentir el placer de estar vivo... y a saber que, cada día, cada minuto o instante tienen sentido, para ser lo que se es y comprender porqué se hace cada cosa.

Aprendió a mirar los ojos de la bella Anahí, mientras ella penetraba su mensaje de ternura enamorada a aquel hombre que, desnudo nunca pudo disimular sus más auténticos sentimientos hacia ella.

Aprendió a soñar que, en la vida, nunca hay que mirar atrás, sino a pisar fuerte el lugar donde se está; aprendió a ser feliz, en armonía, sintiéndose parte de la “pachamama”, hijo de la Tierra y del Universo.