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jueves, 21 de enero de 2016

VIVIMOS...


NUESTRA MADRE TIERRA

Más de siete mil millones de seres humanos poblamos el planeta Tierra. Hijas e hijos de la misma Madre, pero no nos damos cuenta de dos cosas fundamentales:  


1.- Tenemos que mirar a nuestro planeta como una madre y nuestra relación con la Tierra debiera ser siempre de amor agradecido. En el corazón llevamos escrita la mejor de las leyes, la de la paz y el entendimiento, la del amor y la justicia, la de la comprensión y la ayuda mutua… ¡Somos gotas del Cosmos! Estamos creados para vivir en armonía. Ya está bien de mirar toda la Tierra como una propiedad que podemos vender o comprar, explotar o esquilmar. Sino amar, cuidar y hasta venerar.


2.- Somos una familia. Una Comunidad universal en la que nos necesitamos unos a otros para alcanzar la meta personal de ser felices, individual y colectivamente. Hemos de ser conscientes de que llegamos a ser personas colaborando unos seres humanos con otros. Nos hacemos seres verdaderamente racionales cuando nos respetamos, cuando aportamos nuestro trabajo para que la vida de todos sea valiosa, cuando cooperamos para crecer en humanidad; cuando, con nuestras actitudes y aptitudes potenciamos que el mundo vaya a mejor.

Pero la realidad es otra: La Tierra es tratada con violencia por sus propios habitantes, los humanos, maltratada y saqueada; quedando muy herida por nuestros comportamientos irresponsables.



Pareciera increíble, pero si leemos la historia de la humanidad nos damos cuenta de que los humanos nos hemos maltratado por siglos, violentándonos, robándonos, atacándonos, matándonos, ofendiéndonos, degradándonos… Y lo hemos hecho también con nuestra Casa Común, la Tierra, el lugar que tenemos para ser felices, ayudándonos los unos a los otros  a serlo más y más cada día.

Pero es que lo que ha sigo signo de barbarie en siglos atrás, sigue vigente en este siglo XXI. Si leemos las noticias de los periódicos de nuestra actualidad nos damos cuenta de que los seres humanos, tantas veces ¡somos tan inhumanos!


El cambio climático parece ser que es un problema que nos preocupa, por las graves consecuencias que puede acarrearnos en sólo unos años a toda la humanidad. Nos está planeando todo un desafío por las tan inmensas dimensiones; pues puede acarrear problemas de imposible solución, sobre todo para los países en vías de desarrollo, tan dependientes de las reservas naturales, la agricultura, los recursos forestales, la pesca…

Pero hay otras causas también muy importantes de las que no hablan tanto los periódicos (pues los medios de comunicación están mayoritariamente controlados por los poderes económicos). Y es el expolio que hacemos, constantemente, de nuestros recursos naturales. Buscando “rendimientos” económicos, con una incapacidad total de pensar globalmente, ni de contar con la dignidad de las personas (que se convierten en piezas de un engranaje productivo), ni tampoco en las futuras generaciones.


Cuando se plantea la naturaleza únicamente como objeto de utilidad y sacarle provecho… (creyéndonos con todo el derecho de propiedad y de dominarla), creyéndonos con el derecho a devastarla… ¡nos estamos condenando a la desaparición! La Tierra está enferma en su suelo, en el agua y en los seres vivientes.

Sí, preocupante y dramática es la situación de nuestra Tierra, de la vida amenazada en ella, tantas veces por causa de muchas de nuestras irresponsabilidades (personales y colectivas).  


Y cuando “el control” está en manos de los más poderosos, de los capitales, paralelamente se seguirán produciendo desigualdades, injusticias, violencias, para la mayoría de la humanidad.

Porque los recursos pasan a ser “propiedad” de los más poderosos, los más ricos, los más autócratas. Siempre con el supuesto valor de ser competitivos; y, para ello, producir más, consumir más… sin tener en cuenta que los recursos son limitados.

Todo ello va acompañado de una visión consumista de la vida; creyendo que el progreso es tener más, gastar más, consumir sin medidas…, cayendo en el pecado de la competitividad deshumanizante.


Si no ponemos atención, el “sistema establecido” nos lleva a olvidar los objetivos de la vida en plenitud. Tantas veces, nuestra sociedad actual es insolidaria; hombres y mujeres de hoy corren el riesgo de volverse profundamente individualistas, egocéntricos, egoístas.

Nos estamos comportando son una moral individualista, utilitarista, muy acorde con una visión de la vida materialista y economicista. Vivimos dentro de una organización social productivista hasta lo irracional, padecemos la manía consumista en la que todo el mundo anda inmerso, todo pensado en clave de beneficios económicos. Donde, tantas veces, la injusticia social va vinculada a los procesos productivos y culturales que lleva a la degradación del medio ambiente. Porque el capital manda, porque los sectores más pobres (empobrecidos) de nuestro planeta se ven con la necesidad de obedecer las leyes de los mercados.


Por eso, nos urge terminar con la inmoralidad del sistema económico capitalista dominante. Habrá que soñar y buscar una sociedad más justa y compasiva, más comunitaria y solidaria, más humana.

Dentro de nuestras posibilidades, a todos los habitantes de este planeta, nos corresponde hacer algo para corregir los modelos de crecimiento. Que el voraz engranaje de la competitividad (producir más para abaratar costos) y la ley económica del máximo beneficio con el menor esfuerzo (reducir mano de obra, reduciendo plantillas de trabajadores… mecanizando todo lo que sea posible), no sea nuestro “modelo” a seguir.


Todo lo que nos regala, cada día, desde el primer instante de su creación es para nuestro uso y disfrute, pero no para nuestro abuso y maltrato.

La capacidad de mejorar nuestra calidad de vida, mediante la producción de bienes y servicios, el conocimiento y el dominio de nuestro planeta, lo llamamos progreso…. Pero el progreso ha de ser ético. Necesitamos, paralelamente, el progreso moral, una mayor humanización. Garantizando el respeto al medio ambiente.


Toda la familia humana vivimos en la misma Casa Común. El ideal de disfrutar de armonía, de paz, de justicia, de fraternidad… es nuestro destino. ¿Seremos capaces de construir caminos que nos lleven a él?




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